Por Meyby Ugueto-Ponce
“La profesora de Educación Física le dijo a mi hijo que mañana no entra a su clase, porque tiene el pelo muy largo [haciendo referencia al cabello de afro, de textura rizada y voluminosa de un joven varón] ¡No solo es un acto de discriminación, es que le niega el derecho a la educación!” (octubre 2024)
Testimonio de la madre de un estudiante
de 4to año de bachillerato autorreconocido como afrodescendiente

Empezar un nuevo año escolar enfrentando esta situación es un hecho recurrente de las y los representantes en las escuelas y liceos venezolanos. Alumnas, alumnos y representantes conscientes de nuestra negritud, cada período debemos desarrollar nuevos y mejores argumentos legales y políticos para lidiar con una de las formas más solapadas de racismo en Venezuela. Aquella que sostiene la operatividad de la discriminación en las instituciones educativas de cualquier nivel: un acuerdo sobre “la presentación de los individuos en sociedad” que se deriva de la época colonial y que solapadamente niega, restringe y limita el acceso a la educación a personas que se ven de “cierta manera”. Para el caso de la educación básica y media, las famosas “normas de convivencia” son ese mecanismo; y para el caso de las instituciones de tercer y cuarto nivel, este opera de forma más refinada a través de exigencias sobrevaloradas y continuas pruebas de comprobación de conocimientos y capacidades, y aplicación de normativas estrictas a las cuales se escapan personas que gozan del privilegio de la blanquitud.
Las implicaciones de esto son muchas, pero voy a mencionar solo 3, referidas al ámbito escolar. Las repercusiones en la subjetividad, el amor propio y la identidad del estudiante, así como en su desempeño escolar; la puesta en evidencia de la operatividad de la educación en la reproducción y perpetuación del racismo estructural en Venezuela; y la falta de un mecanismo de respuesta institucional y social que atienda la problemática, no solo en su dimensión punitiva, sino integral, inclusive hasta el seguimiento y acompañamiento de la relación alumno-docente-institución-representante luego del impase.
1) Aprender desde cómo queremos vernos.
La negritud y su asociación con el cabello es una de las relaciones más importantes en los procesos de construcción de las identidades de matriz africana. Se ha dicho mucho que en el caso de las niñas, esto tiene un lugar central en el desarrollo de su personalidad y la construcción del amor propio. Pero ¿qué pasa con los varones? Suele pensarse que llevar el cabello corto para el caso de los varones afro es una convención aceptada por el mismo pueblo afro ¿Será esto cierto? ¿De dónde salió tal verdad? ¿tendrá alguna relación con un concepto monolítico de masculinidad? ¿Qué pasa con los varones que quieren lucir su cabello afro, grande y voluminoso? O ¿con aquellos que quieren trenzarse porque han encontrado un mensaje que comunicar a través de cómo se ven?
Para quienes tenemos hijos varones afro, sabemos que lograr que se produzca una exitosa conciliación entre: amor al cabello e identidad afro, de género y de clase, y sobre todo confianza para relacionarse desde ese lugar propio, en un mundo racista, homofóbico y clasista, lleva su trabajo. Cuando logramos tener medio control del proceso en los primeros años de vida, llega la escuela y esbarata parte de lo hecho.
Las y los docentes, personal directivo, la institución, la zona educativa, el ministerio descargan una aplicación que se actualiza al inicio del año escolar: “normas de convivencia versión 5G”, la cual se adquiere, en las universidades y pedagógicos del país durante el estudio de la carrera de educación. Vivas en Barlovento, en Mérida, en Caracas o cualquier parte del país se aplica el mismo parámetro de blanqueamiento a través de las formas de cómo deberían verse las y los estudiantes, basado en un supuesto acuerdo que se construye colectivamente entre padres, representantes, alumnos e institución. Mentira. Este proceso de invitación a la construcción de las “normas de convivencia” termina siendo “el mismo Musiú, pero con diferente cachimbo”. ¿Por qué? Porque esas “normas de convivencia” no incluyen realmente los mecanismos de consulta para pensar en la diversidad cultural, étnico-racial, religiosa, económica y menos las realidades contextuales, culturales e históricas de los territorios donde están insertas las escuelas. En realidad, esas normas conviven con el modelo de sociedad “mestiza” ideológicamente impuesto, es decir, el modelo de sociedad blanqueada, que se empezó a construir en Venezuela y en toda “Nuestra Améfrica” a finales del siglo XIX.
Un estudiante, obligado a blanquearse, es decir, a entrar en “la ideología del mestizaje” de la sociedad venezolana, entra en procesos contradictorios profundos que conflictúan las relaciones de afecto que ha construido con su historia cultural, su pueblo de origen, sus prácticas y conocimientos alrededor de todo lo que realiza en su vida: lo que come, su mundo espiritual, sus figuras significativas como abuelas y abuelos, sus normas y reglas, los referentes de alegría, la relación salud-enfermedad, lo bueno, lo malo, lo feo, lo bonito.
Me pregunto, ¿Cómo puede una persona relacionarse de manera positiva con una institución que te rechaza por cómo te ves? Porque, el significado de cómo te ves, está atado a quién eres, de dónde vienes, en quién y en qué se ancla tu espiritualidad. La institución obliga al estudiante a que tenga que valorar positivamente los contenidos educativos que no se parecen a él o a ella, ni a su cultura. De lo contrario, lo sacan de clase…, no lo dejan entrar en la institución… y más adelante, no lo dejaran pensar ni pensarse como cultura integrativa de la venezolanidad diversa.
2) “Las normas de convivencia” como la línea del “Ser y el No Ser” en las escuelas:
Este dialogo lo ejemplifica perfectamente:
Profesora: Yo avisé que los que tenían el cabello muy largo no iban a poder entrar a clase y no fue solo a su hijo nada más que se aplicó esta norma.
Mamá: Pero es que usted no puede violar el derecho a la educación de los niños por el tamaño de su cabello. Las normas de convivencia dicen que los niños deben tener un corte de caballero. El corte de mi hijo es de caballero, quizá es de un caballero diferente al que usted conoce, pero es un corte de caballero. Yo leí toda la Ley Orgánica de Educación. No hay ninguna parte que hable de cuántos centímetros debe tener el cabello ni de las niñas ni de los niños, ni de nadie. El año pasado hubo una discusión, fui a la dirección, hablé con la profesora de castellano, que también lo sacó de clase, hablé con la directora y quedamos en un acuerdo. Ese es su cabello, él lo defiende y yo también.
Profesora: Es que yo estoy formando ciudadanos en el colegio, Ud. tiene que entender.
Mamá: Yo estoy formando un ciudadano en mi casa. ¿Acaso mi hijo le ha faltado el respeto en algún momento? Usted lo conoce desde primer grado, ¿mi hijo ha sido irrespetuoso con Ud.? ¿Ha faltado las normas del Colegio? ¿En algún momento ha hecho alguna cosa que el Colegio ha tenido que reprenderlo? Nunca, nunca. Yo estoy formando un ciudadano. Su cabello no tiene nada que ver con eso.
Luego de escuchar esto, una se pregunta ¿y es que la apariencia física que visibiliza los componentes afro de una persona no es compatible con la ciudadanía? ¿Y es que la apariencia física que no reproduce las concepciones binarias de cabello largo para las niñas y cabello corto para los niños-, tampoco es compatible con ser un ciudadano? Y más aún, ¿esto le impide gozar de su derecho a ser educado? El pensador afromartiniqueño Franz Fanon lo explica muy bien. Existe una línea construida por la ideología europea, blanca, heterosexual y cristiana dominante a partir de 1492, que separa a quienes se les considera con los derechos de SER PERSONA y a quienes no, derivamos en este caso, el ser ciudadano o no.
Esta restricción, continua Fanon, obligará a estos individuos a tratar de alcanzar los elementos que lo harán constituirse como un SER. Tienen dos vías, renunciar a su vedad y asimilarse a aquello que se le impone; o por otro lado resistirse con dignidad. En las escuelas, liceos y universidades esta línea parece marcarla “las normas de convivencia”. ¿Qué hay que dejar de SER o que hay que alcanzar a SER para poder entrar en la escuela, en el liceo o en la universidad y ser considerado ciudadano?
Hay que abolir el sustrato racista de “las normas de convivencia” y nadie estará por debajo de la línea del SER PERSONA.
3) ¿Y qué hacemos?
Conscientes de lo estructural del problema, las madres y representantes hemos hecho el recorrido institucional correspondiente para solventar el asunto en su nivel coyuntural, inclusive hasta con actitud pedagógica. Conversar con las y los maestros y profesores, dirigirse a la dirección del plantel, alzar la problemática a la zona educativa. Citar la Ley Contra la Discriminación Racial, la Ley Orgánica para la Protección del Niña, Niña y adolescente (LOPNNA), La Ley Orgánica de Educación; la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela… Pero cuando una siente que le tratan mal a su muchacho, nada de esto vale y sale una a defenderlo con todo.
Por otro lado, en Venezuela hemos hecho esfuerzos por atender la problemática a nivel institucional. Desde el ámbito curricular con la incorporación de contenidos, planes, programas, diplomados, cátedras libres que abordan y trabajan la temática afrodescendiente en los distintos niveles de formación; como ya mencioné en el ámbito jurídico-institucional se han creado instrumentos, como por ejemplo La Ley Orgánica contra la Discriminación Racial, el Instituto contra la Discriminación Racial (INCODIR), el Consejo Nacional de Comunidades Afrodescendientes (CONADECAFRO), las diferentes unidades y oficinas que trabajan el tema afro y de diversidad étnico-racial en intersección con género y clase, en las instancias del Estado, entre otros.
Pero. Aún no ha sido suficiente.
A pesar de que constantemente vivimos el racismo, a pesar de que marcadamente agenciamos nuestra historia cultural diversa, a pesar de que la academia venezolana demostró a finales de los años 90 del siglo pasado y con datos, la existencia del racismo en nuestro país; y que ha seguido demostrándose por intelectuales militantes de la “academia negra venezolana”, se siguen reproduciendo mecanismos de blanqueamiento en los espacios cotidianos e institucionales, tanto privados como públicos, donde nos desenvolvemos.
Hacer consciente y debatir sobre raza, racismo y antirracismo seguirá siendo parte de la solución…
En este momento, tenemos la herramienta digital, que ha demostrado que existe una comunidad virtual que responde contundentemente ante estos casos. Casos como los de Cine Citá, la propaganda de farmatodo sobre la subvaloración del cabello rizado, la publicidad ofensiva de aquel producto de cuidado del cabello, etc., lo demuestran. Pero, con precaución pregunto ¿debemos someter a nuestras chamas y chamos a la exposición de sus cuerpos, de sus identidades y de sus vidas en redes sociales? La mamá que ha confiado su problemática para conversarla conmigo y ahora con ustedes; tanto ella que como yo ha formado a su hijo con la firme idea de que la “estética es política” y ante esto me responde:
Mamá: Si. Mi hijo está dispuesto a enfrentarse a esa situación. Él está muy bien parado con ese tema. Igualmente, está soportando situaciones y defendiéndose permanentemente de las profesoras.
Queda la gran pregunta. ¿Cómo desmontar el racismo estructural desde el Estado? Siguiendo a Audre Lorde ¿podemos derribar la casa del amo con las herramientas del amo? Estamos conscientes que El Estado como institución aun colonial, burguesa y moderna reproduce mecanismos para perpetuar sus bases, y el racismo es una de ellas. Nos toca formar individuos políticamente combativos para desmontar colectivamente la opresión. El cuerpo no puede exponerse solo. Debe hacerse de forma colectiva.
Por ahora, denunciemos viralmente todas las acciones discriminatorias que han surgido en estos pocos días de inicio del año escolar. #revisemoslasnormasdeconvivenciaescolar; #ceroracismoenlasescuelas.
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